
La violencia era su religión, tenía la templanza y el corazón de piedra que en ese mundo se necesitaban y era capaz de matar a sangre fría a cualquiera que se le cruzase por el frente.
No conocía lo que era el miedo, pero sí era capaz de causarlo. Tampoco conocía el amor, nunca había querido a nadie, intentaba en la medida de lo posible que su vida no se redujera solo a la existencia. Pretendía que cada segundo fuera único, irrepetible, y lo almacenaba y esto era lo único valioso que poseía, sus recuerdos.
Recordaba a cada una de sus víctimas, cada atraco, el sonido de cada bala al salir propulsada por el cañón de su revólver, cuando disparaba a sangre fría. Recordaba cada porro, coda colocón con sus colegas de la banda. Y cada uno de estos recuerdos significaba algo valioso y distinto para él, y cada uno, conseguía arrancarle en los malos momentos una sonrisa.
Ahora recordaba todo esto desde un mundo distinto. Ya no era nadie importante, ya no tenía nombre, solo era el preso 3.1.5. Ya no era respetado, ya no estaba en su mundo.
Desde la celda de una prisión de máxima seguridad recordaba su vida pasada y no se arrepentía de ninguna de sus acciones. Era, nada más y solo eso, un ente, que de una forma u otra vivía el día a día y que no pretendía pasar desapercibido.
Él era un alma libre, la cual no aguantaba ni un segundo entre cuatro paredes. Estaba decidido a llevarse su vida con el mismo temple con el que era capaz de hacerlo con la vida de otras personas.
Se hizo con un arma y se encañonó. Prefería estar muerto, pero aún así seguir teniendo un nombre, seguir llamándose Jonathan, a solo ser el preso 3.1.5 y vivir el resto de sus días encerrado.
Así que apretó el gatillo con el mismo dedo asesino, y la bala perforó su sien y atravesó su cabeza.
Aún sujetaba el arma con una mano, y la sangre se deslizaba por su piel morena. Sus ojos negros miraban, a ningún sitio.
Ahora Jonathan sería recordado en la calle, en su mundo. Ahora Jonathan era historia.